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La banalización de la violencia misógina

Por: Luca


El otro día fuimos a un room escape: ya sabéis, esos locales tan de moda donde te encierran a ti y a tus amig@s en una habitación temÔtica, para que resolvÔis distintos enigmas y escapéis antes de que se cumpla el límite de tiempo. Nuestra historia iba de que éramos rehenes de un asesino psicópata que nos tenía secuestrad@s en su dormitorio, y de allí era de donde debíamos escapar.

El problema es que laĀ performanceĀ estaba basada en hechos reales, que la habitación era una rĆ©plica exacta de la del asesino original y que todas las pruebas giraban en torno a nombres o acontecimientos que sucedieron realmente. Los nombres de las vĆ­ctimas reales tampoco habĆ­an sido modificados. ElĀ masterĀ de la prueba, mientras explicaba en quĆ© consistirĆ­a nuestra acción, tambiĆ©n nos dio datos históricos como el nĆŗmero de ā€œpersonasā€ a las que este psicópata asesinó en su tiempo. No pude evitar preguntarme por quĆ© utilizaba un tĆ©rmino tan neutral como ā€œpersonasā€, cuando todos los nombres de vĆ­ctimas que habĆ­amos leĆ­do eran de mujeres.

Hay un sempiterno debate sobre el humor, sobre cuƔndo y por quƩ es legƭtimo bromear acerca de unas u otras cosas y cuƔndo no.

Como viene siendo habitual, todo esto me incomodó muchísimo.  Al salir del local (después de haber escapado con éxito y en tiempo récord, todo hay que decirlo) lo comenté con mi pareja, quien convino conmigo en que era todo un poco problemÔtico, pero al fin y al cabo ya nadie se iba a ofender por aquello: estÔbamos en otro país y en otra época, todas las personas concernidas (familiares de víctimas y demÔs) debían haber muerto y ademÔs no era mÔs que un juego. Esto solo hizo que empeorar la cosa, porque me recordó al sempiterno debate sobre el humor, sobre cuÔndo y por qué es legítimo bromear acerca de unas u otras cosas y cuÔndo no. Uno de los argumentos mÔs socorridos es el de la perspectiva: obviamente, no es lo mismo hacer un chiste sobre el Holocausto en casa de unos judíos alemanes que hacerlo en mi casa del pueblo. Ni hacerlo en 1946 que hacerlo en 2017. Son distintas perspectivas de distancia emocional y de tiempo, y las hay de muchas otras clases, todas relacionadas bÔsicamente con el sentido común.

Lo que pasa es que, respecto a la violencia contra las mujeres, no hay perspectiva de distancia emocional ni de tiempo que valga. Ni ninguna otra perspectiva en realidad: es un problema VIGENTE con el que convivimos A DIARIO. Todos los dĆ­as hay hombres que agreden, violan y/o matan a mujeres, en algunos casos en circunstancias muy similares a la historia de nuestroĀ room escape.Ā Y es aquĆ­ cuando un simple juego deja de parecer sencillamente inofensivo.

La saturación de violencia misógina tiene un efecto anestésico.

Por un lado, estamos tan bombardead@s de pelĆ­culas, series, best-sellers, cuentos, refranes y demĆ”s fuentes de cultura popular que narran historias sobre violencia misógina, que la saturación que provocan tiene un efecto anestĆ©sico. No me refiero a las fuentes que la relatan desde una perspectiva crĆ­tica (como ā€œEl cuento de la criadaā€) sino a aquellas que la utilizan, por ejemplo, como excusa para las tan socorridas y comerciales historias de novela o cine negro. Estamos hartas de chicas violadas y/o asesinadas y de atormentados detectives salvĆ­ficos. Esta sobrerrepresentación en la ficción de la cruenta realidad con la que convivimos las mujeres a diario, contribuye de algĆŗn modo a despersonalizar el drama, a banalizarlo, a que nos hastiemos de nombres de vĆ­ctimas e inconscientemente las deshumanicemos. Ficción y realidad se funden y se confunden, provocando que nos familiaricemos con la violencia misógina hasta el punto de normalizarla. Ya es algo mĆ”s que cotidiano: es algo esperable.

El asesino real desaparece bajo el halo del mito.

Por otro lado, el tratamiento que se daba al asesino misógino en nuestro juego de room escape era cuanto menos mosqueante. Dejémoslo en ambiguo. No habría sido necesario que tod@s firmÔsemos una declaración de juicio negativo acerca de los hechos que íbamos a ficcionar, esto era una obviedad: pero el simple hecho de estar allí, rememorando su modus operandi, viendo sus fotos familiares y repasando la astucia con la que durante años logró burlar a la policía para seguir matando mujeres (repito, en la vida real) no escapaba a cierto tufillo, a cierta connotación positiva. Digamos a cierta dimensión mítica. El hombre real, el asesino real, que en ningún caso habría contado con nuestra aprobación, desaparecía bajo el halo del mito, del personaje representado. Y en todo aquel montaje había algo que reconocía, que daba reconocimiento, al talento (patológico, sí, pero talento al fin y al cabo) para asesinar una y otra vez y conseguir burlar la ley durante años. ¿Y no es esto, tal vez,  lo que este grandísimo malnacido habría querido? ¿No estÔbamos de algún modo dorÔndole la píldora, cuando lo que este tío se merecería sería desaparecer bajo las pesadas losas del olvido para siempre?

La mujer víctima es deshumanizada por la cantidad que encontramos de ellas en la Historia, en la ficción y en la realidad.

AsĆ­ que tenemos a la mujer vĆ­ctima, deshumanizada por las ingentes toneladas de mujeres vĆ­ctimas que encontramos en la Historia, en la ficción y en la realidad. Ya no son personas, son refranes de los que todavĆ­a se dicen a las niƱas para que no vuelvan a casa solas, son best-sellers en la lista del New York Times o son cifras en una crónica de sucesos. Y tenemos al hombre agresor, deshumanizado por… deshumanizado por el mito. Esto es fuerte. Deshumanizado por lo fĆ”cil, lo banal y lo impune que resulta erigir una leyenda en torno a un agresor de mujeres. Ā”Ah! ĀæLo dices por la historia de Zeus y de cómo violó a DĆ”nae, a Europa y a Leda entre otras? ĀæO por la historia de cuando los romanos raptaron a las sabinas porque en su ciudad reciĆ©n fundada habĆ­a pocas mujeres y, claro, necesitaban procrear? ĀæO por cuando el rey Enrique VIII de Inglaterra, todo unĀ fucker, asesinó una tras otra a todas sus esposas para poder casarse con la siguiente? Ah, bueno, en realidad lo digo por todos: por estos e infinitos mĆ”s. Estamos hablando de Historia al fin y al cabo. O de mitos fundacionales de la cultura occidental. ĀæOstracismo? ĀæDónde? Ā”Si encaja perfectamente en el patrón de continuidad!

La combinación de estos dos elementos, de estas mujeres que desaparecen para convertirse en refranes de advertencia (o en números de una crónica de sucesos) y de estos hombres que desaparecen para convertirse en mitos amenazadores, no resulta en absoluto inofensiva. Lo que hace es enunciar algo tan grave y tan vigente como la violencia misógina casi como algo inevitable, algo quizÔ inherente al ser humano, de raíces naturales o, si me apuras,  sobrenaturales.

Y, una cosa os digo,

ES MENTIRA.

La violencia misógina no es natural, y su banalización legitima y perpetúa el poder patriarcal.

La violencia misógina no es ni natural, ni inevitable, ni los roles de agresor y víctima son inherentes al hombre y a la mujer, ni es inofensivo juguetear en una peli, en un libro o en una performance con alguno de estos conceptos patriarcales. No lo es por muchos motivos, pero el que me parece mÔs grave es que al final esta banalización sistemÔtica termina convirtiéndose en una herramienta perfecta que el poder patriarcal utiliza para autolegitimarse y perpetuarse. Porque se trata de manipulación pura y dura: asesinar a una mujer no serÔ tan grave cuando se puede hacer un juego sobre ello. Es un planteamiento extremo, pero simplificÔndolo mucho no es descabellado que algo de esto se pueda filtrar a nuestro subconsciente. ¿O no? ¿Qué os parecería que dentro de cien años hubiera un parque temÔtico, o un room escape, que ficcionara el Holocausto, y donde unos hicieran de judíos perseguidos y otros de nazis psicópatas? ¿A que visto así parece demencial y de un mal gusto tremendo? Pero si en un futuro apocalíptico los nazis dominaran el mundo, tal vez podría terminar haciéndose sin consecuencia alguna. Lo que quiero decir es que el discurso depende de quien tiene el poder. ¿Y quién tiene el poder si se hace un tratamiento tan banal de los asesinatos misóginos? Adivina adivinanza.

AdemÔs, hemos estado hablando de un simple room escape, que al fin y al cabo es un contexto con poca relevancia. Pero ¿qué sucedería si aplicÔsemos esta estrategia de banalización de la violencia misógina a otros contextos exponencialmente mÔs influyentes, de los que educan, de los que crean o destruyen conciencia? Ocurre que la manipulación puede alcanzar cotas realmente controvertidas, que el falseamiento es mucho mÔs peligroso. Tomemos la Historia, por ejemplo: el conjunto de acontecimientos temporales que conforma nuestro pasado y repercute de manera inequívoca en nuestra concepción del mundo. Pues la Historia (obviamente, hablo de la Historia parcial y selectiva recopilada durante siglos por el patriarcado) ha hecho lo mismo que nuestro room escape con uno de los episodios mÔs sangrientos, largos y masivos de violencia misógina sufrido por las mujeres: la caza de brujas. ¿Qué diríais si alguien os pidiera que contaseis con rigor lo que fue la caza de brujas? ¿Podríais nombrar algo mÔs que un cuento, una película o una atracción de feria, podríais nombrar algo que no resonara a mitología, leyenda o ciencia ficción?

Porque desde luego no lo hemosĀ estudiado en el colegio, Āæverdad? En palabras deĀ Silvia Federici:

Este es un buen ejemplo de cómo la Historia la escriben los vencedores. A mediados del siglo XVIII, cuando el poder de la clase capitalista se consolidó y la resistencia en gran parte fue derrotada, los historiadores comenzaron a estudiar la caza de brujas como un simple ejemplo de supersticiones rurales y religiosas. Como resultado de ello, hasta no hace mucho, pocos fueron los que investigaron seriamente los motivos que se esconden tras la persecución de las ā€˜brujas’ y su correlación con la instauración de un nuevo modelo económico. Como expongo en ā€œCalibĆ”n y la brujaā€¦ā€, dos siglos de ejecuciones y torturas que condenaron a miles de mujeres a una muerte atroz fueron liquidados por la Historia como producto de la ignorancia o de algo perteneciente al folclore. Una indiferencia que ronda la complicidad, ya que la eliminación de las brujas de las pĆ”ginas de la historia ha contribuido a trivializar su eliminación fĆ­sica en la hoguera. Fue el Movimiento de Liberación de la Mujer de los aƱos 70 el que reavivó el interĆ©s por la caza de brujas. Las feministas se dieron cuenta de que se trataba de un fenómeno muy importante, que habĆ­a dado forma a la posición de las mujeres en los siglos venideros, y se identificaban con el destino de las ā€˜brujas’ como mujeres que fueron perseguidas por resistirse al poder de la Iglesia y el Estado. Esperemos que a las nuevas generaciones de estudiantes sĆ­ se les enseƱe la importancia de esta persecución.

Una indiferencia que ronda la complicidad. Frase lapidaria. Así que dejemos de banalizar la violencia contra las mujeres, empecemos a llamar a las cosas por su nombre: no le bailemos el agua a los que tienen el poder (y las prioridades atrofiadas), porque la violencia misógina es un problema político urgente. No un puto cuento de hadas.