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La división sexual del trabajo (de los recogepelotas)

Por: Luca



Cosas que las primeras olas feministas tardaron dƩcadas en dilucidar yo puedo resolverlas en una hora de entrenamiento.

Tengo una amiga que dice que yo deberĆ­a participar en elĀ realityĀ ā€œMujeres ricas de Beverly Hillsā€. Y todo porque juego mucho al pĆ”del. Es curiosa la facilidad con que asociamos algunas actividades lĆŗdicas (como ir al club de campo o jugar alĀ bridge) con el dinero, cuando puede que en el fondo se esconda algo mucho mĆ”s trascendental. Yo misma hago continuamente descubrimientos de importancia socio-antropológica jugando al pĆ”del: cosas que las primeras olas feministas tardaron dĆ©cadas en dilucidar, y que todavĆ­a causan controversia como la incidencia de la división sexual del trabajo en la formación del patriarcado, yo puedo resolverlas en una hora de entrenamiento. No me cuesta admitirlo porque he descubierto que una no debe avergonzarse de sus capacidades, y menos aĆŗn si la conducen a resolver enigmas de relevancia intelectual mientras pega palazos a una pelota.


Como ya os he contado alguna vez, todos mis compañeros en clase de pÔdel son chicos, y el profesor de pÔdel también lo es. Este hecho, aunque a priori parezca irrelevante, realmente da lugar a unas dinÔmicas dignas de estudio etnogrÔfico. Porque al estar yo (que soy una mujer), el factor de la diferencia sexual siempre estÔ presente, y es un factor imposible de desdeñar a la ligera. No sé si conocéis las rutinas de una clase de pÔdel, pero tengo que resumirlas antes de exponer mi descubrimiento: primero se hace un ejercicio hasta vaciar un carro entero de bolas (por ejemplo, practicamos la volea, o practicamos el globo), y después se recogen todas las bolas para devolverlas al carro y empezar de nuevo; entonces hacemos otro ejercicio distinto, para después volver a recoger y así sucesivamente. En todo este proceso, el profesor es el jefe de la tribu: no sólo es quien indica a cada momento los ejercicios que hay que hacer, sino que cuando llega el momento de recoger  no mueve un dedo. Se dedica a contemplarnos con distancia soberana, mientras pasea de aquí para allÔ y finge mirar el móvil. Luego estamos los curritos, mis tres compañeros y yo: cazadores-recolectores en una sociedad patrilineal, devanÔndonos los sesos por ver la manera mÔs adecuada y menos ofensiva para tod@s de distribuir la tarea. Porque claro, el factor de la diferencia sexual estÔ presente, y eso implica modificaciones en la conducta de tod@s, mÔs o menos sutiles, mÔs o menos conscientes, pero indudablemente reveladoras.

¿Por qué me arrebataban la mÔs ardua tarea de recoger con las manos que el destino me había legado por alguna razón?

Sujetos: tres varones y una mujer. Herramientas: tres tubos recogebolas cuya morfologĆ­a interna desconozco pero de efectividad mĆ”s que probada. Estos tubos te permiten recoger las pelotas sin necesidad de agacharte, apilĆ”ndolas en fila en su interior para luego volcarlas directamente en la cesta. El problema es que, como he dicho, sólo habĆ­a tres tubos, con lo que un currito/a se iba a ver obligad@ a recoger las bolas con las manos, con el consecuente y reiterado agacharse y levantarse, mientras los otros tres realizarĆ­an la tarea cómodamente con los tubos. Pues bien, la eventualidad quiso que, al finalizar el primer ejercicio, yo me encontrara mĆ”s lejos de la verja donde estaban colgadas las herramientas que mis compaƱeros: entonces, con total naturalidad, como si de iguales nos tratĆ”semos, ellos cogieron los tubos y yo procedĆ­ a recoger con las manos, con mayor dificultad pero feliz y comiendo perdiz. Lo significativo empezó a ocurrir tras finalizar el primer ejercicio: inmediatamente, dos de los chicos se pusieron a recoger las pelotas con las manos, sin siquiera hacer ademĆ”n de ir a por los tubos. No sĆ© si lo habĆ­an maquinado antes, pero su connivencia resultó extraƱa de narices. Quiero decir, Āæpor quĆ© me arrebataban la mĆ”s ardua tarea de recoger con las manos, que el destino me habĆ­a legado por alguna razón, ya fuera bĆ­blica o no? Porque me pertenecĆ­a casi por derecho consuetudinario, Āæno? Quien empieza echĆ”ndose al hombro el fardo mĆ”s pesado tiene la prerrogativa de continuar con Ć©l, no es para que se lo quiten sin siquiera pedirle opinión. Entonces, ĀæquĆ© constructos masculinos se pusieron en marcha para provocar aquella situación? ĀæCaballerosidad, obligatoriedad para con la tarea de mayor exigencia fĆ­sica? Imposible saberlo. Pero la consecuencia fue que una de nuestras herramientas de trabajo quedó colgada en su verja, sin utilizarse, mientras yo cogĆ­a el segundo tubo y el chico restante el tercero, ya que al parecer habĆ­a logrado escapar del influjo insuflado por el genio constructor del gĆ©nero. Al menos momentĆ”neamente porque, os preguntarĆ©is, ĀæquĆ© sucedió tras finalizar el tercer ejercicio? Las dificultades con que toparon las primeras olas feministas, a esas alturas me resultaban hilarantes. En efecto, inmediatamente despuĆ©s de finalizar el tercer ejercicio, los tres varones se pusieron a recoger las pelotas con las manos, sin el mĆ”s mĆ­nimo ademĆ”n de acercarse a los tubos. Quiero decir: los tubos seguĆ­an en la verja. Colgados en su sitio. Listos para ser utilizados. Pero, de alguna manera, que al principio yo me hubiera lanzado a realizar el trabajo mĆ”s costoso habĆ­a supuesto algĆŗn tipo de transgresión que debĆ­a ser subsanada. Subsanada por honor. Subsanada por hombrĆ­a. Subsanada por alguna palabra con ā€œhā€, subsanada hasta el punto de provocar aquella situación tan rotundamente absurda: todos los tubos colgados y los chicos recogiendo con las manos. Porque claro, el constructo masculino les susurraba rencillas subrepticias que debĆ­an resolver.

Yo no daba crédito. ¿En serio? ¿En serio ninguno había podido dignarse a compartir la actividad de los tubos conmigo? Me dieron ganas de coger dos y recoger las bolas con ambas manos, como Trinity disparaba a dos pistolas en Matrix. Estaba claro que era el factor de mi presencia lo que había provocado aquel despropósito, que los tres terminaran con lumbago al concluir la clase, pero como era imposible preguntarles los motivos de su extraño comportamiento (se pasaba de friki preguntarles por qué sucumbían al constructo masculino) mi conclusión fue la siguiente: división sexual del trabajo à Los hombres hacen lo que las mujeres no hacen, pero a toda costa, aunque ello provoque situaciones inverosímiles dignas de una película de los Monty Python. Preguntar razones al apuntador (posibles connotaciones de caballerosidad/fuerza física).

AsĆ­ que se me hincharon las narices y le dije al profe: ā€œprofe, a ver cuando metes otra chica a la clase con la que pueda jugar de tĆŗ a tĆŗā€.

Todo esto me dejó el instinto analĆ­tico a flor de piel (aunque tampoco habĆ­a que escarbar mucho), y el resto de la clase sólo fui capaz de seguir captando dinĆ”micas que remarcaban mi diferencia sexual. Y no siempre era tan divertido como con lo del los tubos. Por ejemplo, ellos, al ser todos machos, tenĆ­an la oportunidad de entablar duelos personales que ninguno establecĆ­a conmigo. DinĆ”micas que son fĆ”ciles de percibir en una pista, y mĆ”s en un deporte como el pĆ”del, que se juega por parejas pero no hay ninguna norma que impida jugarle sólo a un lado de la pista: en este caso, al lado donde estĆ” el tĆ­o, aderezado con continuos y jocosos comentarios del Ć”mbito masculino (que no reproducirĆ© aquĆ­), y con el salvoconducto de que si pierdes el punto al menos ha sido enfrentĆ”ndote a otro macho, pistolas bajo el puente al amanecer, y no contra una tĆ­a que te ha metido un bolazo imposible de devolver. QuĆ© cosa mĆ”s humillante, Āæno? Y es que si el tĆ­o le juega a la tĆ­a con la certeza de que va a fallar y luego ni huele la bola de vuelta ya no le vuelve a jugar. Eso os lo garantizo. AsĆ­ que se me hincharon las narices y le dije al profe: ā€œprofe, a ver cuando metes otra chica a la clase con la que pueda jugar de tĆŗ a tĆŗā€. TendrĆ­ais que haber visto sus caras. Las de todos. Tuve la sensación de ser la mujer que miraba fijamente a las cabras. Y es que los comentarios de sobrada de una hembra en contextos masculinos, es un tema que todavĆ­a no ha tratado la literatura. Es otra vasta cĆ”mara en la que nadie ha entrado. Por eso todos me miraban en plan, Āæcómo es posible? ĀæNo estĆ”s contenta siendo la Ćŗnica,Ā one of the boys? ĀæDe verdad quieres otra hembra aquĆ­ con la que competir por nuestra admiración?

Y encima luego, cuando ya nos Ć­bamos, se me ocurrió volver a abrir la cĆ”mara de los secretos haciendo una broma de connotaciones tangencialmente sexuales, de nuevo ante un auditorio exclusivamente masculino: el profesor me dijo ā€œoye Luca, dentro de poco hay unĀ  torneo americano mixto, Āæte apuntas?ā€ (Inciso: un torneo americano de pĆ”del consiste en jugar varios partidos, cambiando de pareja en cada uno. Es un todos con todos y contra todos). Y yo le contestĆ©: ā€œNo, no me gustan los torneos americanos. Es que soy monógamaā€. JA, Ja, ja (risa decreciente). Joder, pues nadie se rió. Y a mĆ­ me parecĆ­ ingeniosĆ­sima. La mujer que miraba fijamente a las cabras.