Por: Luca ![]() Hace algunas semanas,Ā la insultante sentencia tras el juicio de āla manadaāĀ puso de manifiesto (entre otras muchas y lamentables cosas) que laĀ intimidaciónĀ es un concepto difuso.
Ya es extraƱo que veinticinco siglos de Historia escrita acerca de la convivencia entre seres humanos (o lo que es lo mismo, entre hombres y mujeres) no sean suficientes para que un conjunto de jueces considere que cinco hombres acorralando a una mujer en un portal podrĆa ser la definición textual deĀ intimidaciónĀ en el diccionario (en cualquiera menos en el de la RAE de los raedores). Pero parece que esta Historia escrita adolece de un pequeƱo sesgo, asĆ que vamos a revisar laĀ otraĀ Historia escrita, o la que jamĆ”s fue escritaĀ segĆŗn los seƱorosĀ porque āno hay mujeres en la Historiaā (ni en la literatura, ni en la ciencia, etc), pero al final resulta que sĆ hay porque esos libros existen (muy a su pesar). Vamos a analizar dos relatos de intimidación escritos por mujeres, relatos que al parecer no tendrĆan ninguna posibilidad de ser considerados āde intimidaciónā por la justicia patriarcal, porque si ni siquiera un factor fĆsico tan evidente como el de cinco contra una no lo consigue apaga y vĆ”monos.
En ambos textos podemos ver cómo la intimidación machista (donde un hombre intenta imponer su voluntad a una mujer) ha sido históricamente sostenida y apoyada por la coerción material. Es decir, a estos hombres ni siquiera les hacĆa falta recurrir a la intimidación fĆsica para obtener sus deseos, ya que tanto ellos como las mujeres que intentan rechazarlos son conscientes de que una negativa podrĆa suponer para ellas la absoluta desprotección económica: tanto el ama de casa de los aƱos cincuenta en EEUU del texto de French, como la joven corista de la Inglaterra de principios del siglo XX del texto de Rhys, carecen en sus respectivas Ć©pocas y sociedades de posibilidades individuales de emanciparse. Representan el doble papel reservado a las mujeres durante siglos por las sociedades patriarcales, construido mediante leyes y costumbres: la división entre mujeres respetables y no respetables, en ambos casos encerradas materialmente para servir sexual y/o reproductivamente a los hombres. La intimidación machista basada en lo material es explĆcita en el texto de French:
El texto de Rhys es mĆ”s elĆptico, pero ahĆ estĆ” el mismo tipo de intimidación:
La propia intimidación material encubre una intimidación fĆsica: ambas partes conocen no solo lo regulado legalmente, sino lo inoculado por otros cauces de la cultura como la construcción artificial de los mandatos de gĆ©nero (y que incluso en algunas sociedades tambiĆ©n estĆ” regulado legalmente,Ā como en EspaƱa hasta hace apenas cincuenta aƱos): tanto los hombres como las mujeres comparten igualmente la conciencia cultural de que los hombres son agresivos āpor naturalezaā, que no pueden contener sus deseos, y que las mujeres, por tanto, deben ser sumisas si no quieren convertirse en objeto de su violencia. O sea, que aunque la cĆ”rcel material en la que se encuentran no fuera suficiente para obligar a estas mujeres a tener sexo con hombres a los que no desean en absoluto, existe otra cĆ”rcel que de nuevo entrega el poder y el papel de agresores a los hombres, y la subordinación y el papel de vĆctimas a las mujeres. Pero la intimidación machista, esa maquinaria patriarcal que aboga por asfixiar las posibilidades vitales de las mujeres, es multifactorial. No solo se apoya en amenazas basadas en la precariedad material y en la construcción desigual de los gĆ©neros: desgranando las demĆ”s capas de esta cebolla que es el imaginario colectivo misógino-patriarcal, podrĆamos sumar a las capas que ya hemos comentado (relativas a las condiciones materiales desfavorables y los mandatos de gĆ©nero que justifican la violencia masculina), las capas del espacio pĆŗblico āinvadidoā por mujeres que se atreven a traspasar los lĆmites de la esfera privada circunscrita a lo femenino (y que si les pasa algo es porque se lo han buscado por transgredir la norma), o las capas del mandato religioso respecto a los deberes sexuales y reproductivos de una esposa. Todas estas capas comparten un mismo objetivo: la subordinación de las mujeres a los hombres.
El reverso de la subordinación femenina esĀ el privilegio masculino, cuyas implicaciones ya tratamos con mĆ”s detenimiento en otro artĆculo. La cultura patriarcal no solo subordina a las mujeres a los hombres, sino que los enviste a ellos deĀ legitimidad para someterlas: siglos de amparo legal, económico, religioso, etc, sobre las desiguales relaciones de gĆ©nero dejan una impronta en la cultura muy difĆcil de combatir, y mĆ”s sin voluntad polĆtica para ello. Es esa sensación machista de legitimidad para insistir, tocar, acosar (āno querĆa, pero Ć©l le tendĆa la mano yĀ ella sabĆaĀ que tenĆa que levantarse, aceptar su mano e irse a la cama con Ć©lā; āMe detuve. QuerĆa decir āNo, he cambiado de opiniónā. Pero se rió y me apretó la manoā), amparada durante siglos por el Estado patriarcal, esconde una mĆ”s que presumible incapacidadĀ (insisto, construida artificialmente por la cultura) de los hombres para relacionarse con las mujeresĀ como siĀ fueran sus iguales y no meros objetos con la obligación de satisfacerles; incapacidad que, a laĀ luz de los datos, en no pocos casos se traduce en algĆŗn tipo de violencia misógina. No es que antes hubiera menos violaciones que ahora, es que antes estaban amparadas por la extrema vulnerabilidad material de las mujeres; y dado que ese amparo legal, económico, religioso, etc, cada vez estĆ” mĆ”s superado por el progresivo igualitarismo formal alcanzado en algunas sociedades patriarcales, la violencia machista parece ser la Ćŗnica respuesta de algunos hombres ante la creciente libertad de las mujeres.
Pero, ĀæquĆ© ocurre cuando la realidad demuestra que la violencia institucional no estĆ” tan matizada como pensĆ”bamos? ĀæQuĆ© ocurre cuando la agresión machista vuelve a aliarse, en pleno siglo XXI, con la violencia institucional perpetrada por la Judicatura? Si la justicia patriarcal no aprecia intimidación cuando cinco hombres acorralan a una mujer en un portal (donde el factor fĆsico es tan asombrosamente obvio), ĀæquĆ© opinarĆa la justicia patriarcal de una mujer denunciando una violación por parte de su marido en su propia casa? Ella le dijo que no, pero Ć©l le cogió de la mano y ella supo que tenĆa que levantarse y acompaƱarle al dormitorio. ĀæIndagarĆa si ella estaba desprotegida económicamente, si temió que al negarse la agrediera? ĀæO asumirĆa que era su obligación acostarse con Ć©l, ya fuera por mandato divino o consuetudinario? ĀæY si una chica denunciara haber sido violada por un hombre que habĆa conocido esa noche y que la acompañó a casa? Ella le dijo que habĆa cambiado de opinión, pero Ć©l le insistió en que fuera valiente, en que se atreviera a perder la virginidad con Ć©l. Ya estaban en la casa y no habĆa nadie mĆ”s. ĀæIndagarĆa la justicia patriarcal si ella temió que al negarse la agrediera o asumirĆa que era su obligación acostarse con Ć©l, ya que habĆa aceptado sus copas y lo habĆa invitado a casa, comportĆ”ndose como una āmujer pĆŗblicaā? Intimidación basada en la amenaza deĀ agresión machista. Intimidación basada en la amenaza de violencia institucional. Intimidación basada en la precariedad económica. Intimidación basada en los prejuicios religiosos. Intimidación basada en los prejuicios de gĆ©nero. Intimidación basada, en definitiva, en el corporativismo patriarcal en todos los órdenes de la cultura.
Este entramado no se va a desarmar solo. Lo desarmaremos entre todas las mujeres. Pero para ello necesitamos herramientas, recursos no solo relativos a lo material, sino a lo que ni siquiera el igualitarismo formal ha logrado destruir: lo cultural. La cultura patriarcalĀ solo puede combatirse con cultura feminista:Ā mĆ”s allĆ” de la sororidad y de las redes de apoyo, las mujeres necesitamos conocer y reconocer todos los niveles de opresión a los que estamos sometidas. He elegido utilizar dos textos literarios para ilustrar esta necesidad porque me permitĆan establecer una buena metĆ”fora de lo que ocurre: el patriarcado no solo impide que estos libros, que la cultura creada por mujeres (donde extremadamente a menudo encontraremos relatos de la opresión machista) llegue a cauces canónicos (temarios escolares, colecciones de clĆ”sicos, premios y Academias), sino que, aunque accediĆ©ramos a ella por otros cauces, el patriarcado nos impone significados que sesgan su contenido. Una lectura desde el prisma patriarcal nunca reconocerĆa que las mujeres de los textos de French y Rhys han sido violadas. Y nosotras, que al fin y al cabo somos quienes son āconducidas escaleras arriba con delicadezaā, necesitamos herramientas para conocer y reconocer que sĆ lo han sido. Que no estamos solas y que no es culpa nuestra y que tenemos legitimidad absoluta para denunciarlo. Y despuĆ©s sororidad, sororidad y sororidad. Sororidad para seguir, poco a poco, derrotando a este maldito sistema. |
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