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La intimidación machista, ¿un concepto discutible?

Por: Luca


Hace algunas semanas,Ā la insultante sentencia tras el juicio de ā€œla manadaā€Ā puso de manifiesto (entre otras muchas y lamentables cosas) que laĀ intimidaciónĀ es un concepto difuso.

5 contra una no parece suficiente para la justicia patriarcal

Ya es extraƱo que veinticinco siglos de Historia escrita acerca de la convivencia entre seres humanos (o lo que es lo mismo, entre hombres y mujeres) no sean suficientes para que un conjunto de jueces considere que cinco hombres acorralando a una mujer en un portal podrĆ­a ser la definición textual deĀ intimidaciónĀ en el diccionario (en cualquiera menos en el de la RAE de los raedores). Pero parece que esta Historia escrita adolece de un pequeƱo sesgo, asĆ­ que vamos a revisar laĀ otraĀ Historia escrita, o la que jamĆ”s fue escritaĀ segĆŗn los seƱorosĀ porque ā€œno hay mujeres en la Historiaā€ (ni en la literatura, ni en la ciencia, etc), pero al final resulta que sĆ­ hay porque esos libros existen (muy a su pesar). Vamos a analizar dos relatos de intimidación escritos por mujeres, relatos que al parecer no tendrĆ­an ninguna posibilidad de ser considerados ā€œde intimidaciónā€ por la justicia patriarcal, porque si ni siquiera un factor fĆ­sico tan evidente como el de cinco contra una no lo consigue apaga y vĆ”monos.

ā€œEscuchaba paciente sus trivialidades, con manifiesta tolerancia, deseoso de mostrarle su afecto, de que ella concluyera. DespuĆ©s la miraba con cariƱo, se desperezaba un poco y decĆ­a: ā€œĀæVienes a la cama?ā€, como si fuese una pregunta. A veces ella respondĆ­a: ā€œMe parece que primero leerĆ© el periódicoā€, o ā€œLa verdad es que todavĆ­a no tengo sueƱoā€, pero Ć©l le tendĆ­a la mano y ella sabĆ­a que tenĆ­a que levantarse, aceptar su mano e irse a la cama con Ć©l. No tenĆ­a alternativa. Lo sabĆ­a y Ć©l tambiĆ©n. Era una ley no escrita. QuizĆ” incluso fuera una ley escrita: Ć©l tenĆ­a derecho sobre su cuerpo aunque ella no lo deseara. Se levantaba obedientemente, pero en su interior algo se retorcĆ­a y gritaba. Se sentĆ­a como una campesina tomada por un noble segĆŗn elĀ droit de segneur. Se sentĆ­a comprada y pagada, y todo formaba parte del mismo lote: la casa, los muebles, ella, todo era de Norm, eso decĆ­a algĆŗn documento. Ɖl revisaba las luces y cerraduras mientras ella permanecĆ­a en la sala: despuĆ©s regresaba, la abrazaba y la conducĆ­a con delicadeza escaleras arriba, hasta el dormitorio. La renuencia de Mira parecĆ­a halagarlo.ā€

ā€œSolo para mujeresā€,Ā Marilyn French, 1977

ā€œ-Estuve esperando carta suya durante toda la semana –dijo-, pero no me escribió. ĀæPor quĆ©?

-QuerĆ­a ver si lo harĆ­a usted –dije.

El sofĆ” era blando y mullido, tapizado de una cretona estampada con pequeƱas flores azules. Me puso las manos en las rodillas y pensĆ© ā€œSí…, sí…, sĆ­ā€¦ā€. A veces sucede asĆ­, todo se desvanece excepto el momento mismo.

-Cuando le enviĆ© el dinero no querĆ­a decir… No creĆ­ que fuera a volver a verla nunca –dijo.

-Lo sĆ©, pero yo si querĆ­a volver a verle –dije.

Entonces empezó a hablar sobre que yo era virgen y todo se esfumó (la sensación de estar en llamas) y me enfrié.

-ĀæPor quĆ© se ha puesto ahora a hablar de eso? –dije-. ĀæQuĆ© importancia tiene? AdemĆ”s, yo no soy virgen si es eso lo que le preocupa.

-No deberĆ­as decir mentiras sobre eso.

-No estoy mintiendo, pero de todas formas, no importa –dije-. Todo eso es un invento de la gente.

-Oh, sĆ­, claro que importa. Es lo Ćŗnico que importa.

-No es lo Ćŗnico que importa –dije-. Es todo un invento.

Se me quedó mirando fijamente y luego rompió a reír.

-Tienes toda la razón.

Pero sentí frío, como si alguien me hubiera echado agua fría por encima. Cuando me besó empecé a llorar.

ā€œTengo que irme –pensĆ©-. ĀæDónde estĆ” la puerta? No veo la puerta. ĀæQuĆ© ha ocurrido?ā€. Era como si estuviera ciega.

Me secó los ojos muy delicadamente con el paƱuelo, pero yo seguĆ­a diciendo ā€œtengo que irme, tengo que irmeā€. Luego estĆ”bamos subiendo otro tramo de escaleras y yo caminaba despacio.

ā€œDeslizĆ”ndose escaleras arriba a las tres de la maƱanaā€, dijo.Ā  Bien, me deslizo escaleras arriba.

Me detuve. QuerĆ­a decir ā€œNo, he cambiado de opiniónā€. Pero se rió y me apretó la mano y dijo:

-ĀæQuĆ© pasa? Vamos, sĆ© valiente –y no dije nada, pero me sentĆ­a frĆ­a y como si estuviera soƱando.ā€

ā€œViaje a la oscuridadā€,Ā Jean Rhys, 1934

En las sociedades patriarcales las mujeres deben estar al servicio sexual de los hombres

En ambos textos podemos ver cómo la intimidación machista (donde un hombre intenta imponer su voluntad a una mujer) ha sido históricamente sostenida y apoyada por la coerción material. Es decir, a estos hombres ni siquiera les hacía falta recurrir a la intimidación física para obtener sus deseos, ya que tanto ellos como las mujeres que intentan rechazarlos son conscientes de que una negativa podría suponer para ellas la absoluta desprotección económica: tanto el ama de casa de los años cincuenta en EEUU del texto de French, como la joven corista de la Inglaterra de principios del siglo XX del texto de Rhys, carecen en sus respectivas épocas y sociedades de posibilidades individuales de emanciparse. Representan el doble papel reservado a las mujeres durante siglos por las sociedades patriarcales, construido mediante leyes y costumbres: la división entre mujeres respetables y no respetables, en ambos casos encerradas materialmente para servir sexual y/o reproductivamente a los hombres. La intimidación machista basada en lo material es explícita en el texto de French:

ā€œQuizĆ” incluso fuera una ley escrita: Ć©l tenĆ­a derecho sobre su cuerpo aunque ella no lo deseara. (…) Se sentĆ­a comprada y pagada, y todo formaba parte del mismo lote: la casa, los muebles, ella, todo era de Norm, eso decĆ­a algĆŗn documento.ā€

El texto de Rhys es mÔs elíptico, pero ahí estÔ el mismo tipo de intimidación:

ā€œ-Cuando le enviĆ© el dinero no querĆ­a decir… No creĆ­ que fuera a volver a verla nunca –dijo. (…) Me detuve. QuerĆ­a decir ā€œNo, he cambiado de opiniónā€. Pero se rió y me apretó la mano.ā€

La conciencia cultural nos dice que los hombres no pueden contener sus deseos

La propia intimidación material encubre una intimidación fĆ­sica: ambas partes conocen no solo lo regulado legalmente, sino lo inoculado por otros cauces de la cultura como la construcción artificial de los mandatos de gĆ©nero (y que incluso en algunas sociedades tambiĆ©n estĆ” regulado legalmente,Ā como en EspaƱa hasta hace apenas cincuenta aƱos): tanto los hombres como las mujeres comparten igualmente la conciencia cultural de que los hombres son agresivos ā€œpor naturalezaā€, que no pueden contener sus deseos, y que las mujeres, por tanto, deben ser sumisas si no quieren convertirse en objeto de su violencia. O sea, que aunque la cĆ”rcel material en la que se encuentran no fuera suficiente para obligar a estas mujeres a tener sexo con hombres a los que no desean en absoluto, existe otra cĆ”rcel que de nuevo entrega el poder y el papel de agresores a los hombres, y la subordinación y el papel de vĆ­ctimas a las mujeres.

Pero la intimidación machista, esa maquinaria patriarcal que aboga por asfixiar las posibilidades vitales de las mujeres, es multifactorial. No solo se apoya en amenazas basadas en la precariedad material y en la construcción desigual de los gĆ©neros: desgranando las demĆ”s capas de esta cebolla que es el imaginario colectivo misógino-patriarcal, podrĆ­amos sumar a las capas que ya hemos comentado (relativas a las condiciones materiales desfavorables y los mandatos de gĆ©nero que justifican la violencia masculina), las capas del espacio pĆŗblico ā€œinvadidoā€ por mujeres que se atreven a traspasar los lĆ­mites de la esfera privada circunscrita a lo femenino (y que si les pasa algo es porque se lo han buscado por transgredir la norma), o las capas del mandato religioso respecto a los deberes sexuales y reproductivos de una esposa. Todas estas capas comparten un mismo objetivo: la subordinación de las mujeres a los hombres.

Antes no habƭa menos violaciones, tan solo es que estaban mƔs legitimadas

El reverso de la subordinación femenina esĀ el privilegio masculino, cuyas implicaciones ya tratamos con mĆ”s detenimiento en otro artĆ­culo. La cultura patriarcal no solo subordina a las mujeres a los hombres, sino que los enviste a ellos deĀ legitimidad para someterlas: siglos de amparo legal, económico, religioso, etc, sobre las desiguales relaciones de gĆ©nero dejan una impronta en la cultura muy difĆ­cil de combatir, y mĆ”s sin voluntad polĆ­tica para ello. Es esa sensación machista de legitimidad para insistir, tocar, acosar (ā€œno querĆ­a, pero Ć©l le tendĆ­a la mano yĀ ella sabĆ­aĀ que tenĆ­a que levantarse, aceptar su mano e irse a la cama con Ć©lā€; ā€œMe detuve. QuerĆ­a decir ā€œNo, he cambiado de opiniónā€. Pero se rió y me apretó la manoā€), amparada durante siglos por el Estado patriarcal, esconde una mĆ”s que presumible incapacidadĀ  (insisto, construida artificialmente por la cultura) de los hombres para relacionarse con las mujeresĀ como siĀ fueran sus iguales y no meros objetos con la obligación de satisfacerles; incapacidad que, a laĀ luz de los datos, en no pocos casos se traduce en algĆŗn tipo de violencia misógina. No es que antes hubiera menos violaciones que ahora, es que antes estaban amparadas por la extrema vulnerabilidad material de las mujeres; y dado que ese amparo legal, económico, religioso, etc, cada vez estĆ” mĆ”s superado por el progresivo igualitarismo formal alcanzado en algunas sociedades patriarcales, la violencia machista parece ser la Ćŗnica respuesta de algunos hombres ante la creciente libertad de las mujeres.

La justicia patriarcal ampara las violaciones desde sus perjuicios machistas

Pero, ĀæquĆ© ocurre cuando la realidad demuestra que la violencia institucional no estĆ” tan matizada como pensĆ”bamos? ĀæQuĆ© ocurre cuando la agresión machista vuelve a aliarse, en pleno siglo XXI, con la violencia institucional perpetrada por la Judicatura? Si la justicia patriarcal no aprecia intimidación cuando cinco hombres acorralan a una mujer en un portal (donde el factor fĆ­sico es tan asombrosamente obvio), ĀæquĆ© opinarĆ­a la justicia patriarcal de una mujer denunciando una violación por parte de su marido en su propia casa? Ella le dijo que no, pero Ć©l le cogió de la mano y ella supo que tenĆ­a que levantarse y acompaƱarle al dormitorio. ĀæIndagarĆ­a si ella estaba desprotegida económicamente, si temió que al negarse la agrediera? ĀæO asumirĆ­a que era su obligación acostarse con Ć©l, ya fuera por mandato divino o consuetudinario? ĀæY si una chica denunciara haber sido violada por un hombre que habĆ­a conocido esa noche y que la acompañó a casa? Ella le dijo que habĆ­a cambiado de opinión, pero Ć©l le insistió en que fuera valiente, en que se atreviera a perder la virginidad con Ć©l. Ya estaban en la casa y no habĆ­a nadie mĆ”s. ĀæIndagarĆ­a la justicia patriarcal si ella temió que al negarse la agrediera o asumirĆ­a que era su obligación acostarse con Ć©l, ya que habĆ­a aceptado sus copas y lo habĆ­a invitado a casa, comportĆ”ndose como una ā€œmujer pĆŗblicaā€?

Intimidación basada en la amenaza de  agresión machista. Intimidación basada en la amenaza de violencia institucional. Intimidación basada en la precariedad económica. Intimidación basada en los prejuicios religiosos. Intimidación basada en los prejuicios de género. Intimidación basada, en definitiva, en el corporativismo patriarcal en todos los órdenes de la cultura.

El patriarcado no reconocería violación en los dos relatos

Este entramado no se va a desarmar solo. Lo desarmaremos entre todas las mujeres. Pero para ello necesitamos herramientas, recursos no solo relativos a lo material, sino a lo que ni siquiera el igualitarismo formal ha logrado destruir: lo cultural. La cultura patriarcalĀ solo puede combatirse con cultura feminista:Ā mĆ”s allĆ” de la sororidad y de las redes de apoyo, las mujeres necesitamos conocer y reconocer todos los niveles de opresión a los que estamos sometidas. He elegido utilizar dos textos literarios para ilustrar esta necesidad porque me permitĆ­an establecer una buena metĆ”fora de lo que ocurre: el patriarcado no solo impide que estos libros, que la cultura creada por mujeres (donde extremadamente a menudo encontraremos relatos de la opresión machista) llegue a cauces canónicos (temarios escolares, colecciones de clĆ”sicos, premios y Academias), sino que, aunque accediĆ©ramos a ella por otros cauces, el patriarcado nos impone significados que sesgan su contenido. Una lectura desde el prisma patriarcal nunca reconocerĆ­a que las mujeres de los textos de French y Rhys han sido violadas. Y nosotras, que al fin y al cabo somos quienes son ā€œconducidas escaleras arriba con delicadezaā€, necesitamos herramientas para conocer y reconocer que sĆ­ lo han sido. Que no estamos solas y que no es culpa nuestra y que tenemos legitimidad absoluta para denunciarlo.

Y despuƩs sororidad, sororidad y sororidad. Sororidad para seguir, poco a poco, derrotando a este maldito sistema.