Seccionesā€Ž > ā€ŽPatriarcadoā€Ž > ā€Ž

Discípulos del genio: el encubrimiento de delitos de los autores canónicos

Por: Inma


En artículos anteriores ya vimos que el canon basado en el privilegio masculino se mantiene y perpetúa en el tiempo porque, generación tras generación, el poder sigue estando tanto en las instituciones reales como en las simbólicas en manos de los hombres.

El corporativismo filtra de una manera absolutamente espectacular las ā€œconductas moralmente reprobablesā€, cuando no potencialmente delictivas.

Esta red configurada por la herencia del legado patriarcal y por la propia interacción de los coetĆ”neos (por ejemplo, siguiendo con el patrón literario: la generación del 27 sucedió a la del 98, y esto implica que Rafael Alberti y Miguel HernĆ”ndez [entre otros] se relacionaron entre ellos, al tiempo que recogĆ­an el legado literario de Juan Ramón JimĆ©nez y Valle-InclĆ”n [entre otros], estableciendo tambiĆ©n con ellos relaciones de padrinazgo o de mentor-discĆ­pulo. Y asĆ­ anterior y sucesivamente.) da lugar a un entramado de amistades, favores, apoyos y protección, con un claro componente de exclusivismo de gĆ©nero (en otros contextos este componente puede basarse en ideologĆ­as polĆ­ticas, campos profesionales, etc.), denominado corporativismo. Por definición, el concepto de corporativismo lleva implĆ­cito un parĆ”metro de parcialidad, unĀ  parĆ”metro acrĆ­tico. Sin embargo, en este caso, dicho parĆ”metro cobra significancia hasta un punto que hace necesario enfatizarlo.Ā  Pero Āæpor quĆ© este corporativismo es especialmenteĀ acrĆ­tico? Desde luego, no porque las obras literarias, pictóricas, filosóficas, en cuestión sean malas (o sĆ­, depende de a quiĆ©n se le pregunte, ya que esto es algo completamente subjetivo). Sino porque este corporativismo filtra de una manera absolutamente espectacular las ā€œconductas moralmente reprobablesā€, cuando no potencialmente delictivas (lo de potencial es un decir), de los miembros de esta red. Conductas que, casualmente, rara vez son ejercidas contra otro sujeto dominante (es decir, contra otro varón, blanco, etc.), sino que son ejercidas contraĀ sujetos subalternos: particularmente contra mujeres. Como no podemos reunir aquĆ­ (por una cuestión de espacio) todos los ejemplos conocidos de laĀ misoginia, por desgracia nada esporĆ”dica, de los autores canónicos, vamos a centrarnos, como digo, en algunos ejemplos de actualidad.

Pablo Neruda reconoce en sus memorias haber cometido una violación.

Hace algĆŗn tiempo, empezaron a verse en redes sociales y pĆ”ginas web, testimonios que denunciaban laĀ violaciónĀ que el propioĀ Pablo NerudaĀ reconoce en sus memorias haber cometido. La cuestión, aparte de que sus memorias se publicaron por primera vez en 1974 y que estas denuncias empezaron a resonar hace literalmente un par de aƱos, es que este ā€œrevueloā€ no ha supuesto merma alguna para el estatus de Neruda dentro del canon. De hecho, no sólo se le sigue mentando en colecciones de clĆ”sicos, temarios y antologĆ­as, sino que hace muy poco se estrenó con bastante Ć©xitoĀ una pelĆ­culaĀ semibiogrĆ”fica del poeta, y este asunto tampoco salió (ni se preguntó por Ć©l) en ningĆŗn lado.

Bertolucci y Brando planearon la escena de la violación sin informar ni obtener el consentimiento de la actriz Maria Schneider.

Esto enlaza directamente con algo que sucedió hace todavĆ­a menos tiempo: en diciembre del aƱo pasado, volvió a denunciarse en internet (saltando finalmente a la prensa) unĀ extracto de una entrevistaĀ realizada en 2013 al laureado cineasta Bernardo Bertolucci: en ella reconocĆ­a que el actor Marlon Brando y Ć©l mismo planearon la escena de ā€œla violación con mantequillaā€ de la pelĆ­cula ā€œEl Ćŗltimo tango en Parisā€ sin informar ni obtener el consentimiento de la actriz Maria Schneider, que en aquel momento tenĆ­a 19 aƱos. Dejando de lado la estupefacción que me causa la impunidad con que estos autores canónicos de la literatura y el cine reconocen sus abusos, y lo reveladora que resulta esa impunidad en sĆ­ misma, la excusa con la que se justificó el director fue que

Ā«QuerĆ­a la reacción de una chica, no de una actriz (…).No querĆ­a que Maria fingiese la humillación, querĆ­a que la sintiera. Los gritos, el ā€˜Ā”no, no!’. DespuĆ©s me odiarĆ­a toda su vidaĀ».

Es cierto que, tal vez debido a lo mediĆ”tico que es el cine y quienes se dedican a Ć©l, este caso alcanzó mĆ”s resonancia que el anterior, siendo denunciado pĆŗblicamente porĀ varias actrices de HollywoodĀ entre otr@s. Sin embargo, aĆŗn estĆ” por ver si esto trae verdaderas consecuencias contra Bertolucci, o siquiera contra su posición en el canon cinematogrĆ”fico, ya que en la misma entrevista el director admite que se portó ā€œde una manera horribleā€ pero que no se arrepentĆ­a de haberlo hecho. AsĆ­ que la razón de ser de este ejemplo es, ademĆ”s, revelar otra dinĆ”mica del corporativismo acrĆ­tico: a saber, cuando los varones profesionales del mismo campo, tambiĆ©n canónicos o que aspiran a serlo, de la misma o de la siguiente generación, se posicionan pĆŗblicamente del lado de su ā€œcompaƱeroā€. Pedro Almodovar,Ā uno de los directores mĆ”s glorificados del cine espaƱol,Ā declaró al ser preguntado por este asunto:

«No me siento bien hablando de algo 40 años después de que haya sucedido. Ahora mismo, acusar de violador a Marlon Brando y a Bernardo Bertolucci es algo que no soluciona nada. ¿A quién le interesa realmente?».

Pero, ĀæcuĆ”les son las consecuencias, palpables en el plano social, de este corporativismo acrĆ­tico? ĀæPor quĆ© es tan peligroso? Es peligroso porque, el hecho de que estos autores puedan confesar sus abusos sin que haya consecuencia real alguna, sin que ninguna institución real o simbólica los ā€œllame a enmiendaā€ o los relegue aunque sea un ratito al ostracismo, provoca unaĀ normalizaciónĀ de los delitos que cometieron que indudablemente repercute en la sociedad y en cómo la sociedad juzga esos delitos, con los que desgraciadamente convivimos a diario. EstaĀ normalizaciónĀ no necesita ser explĆ­cita, aunque de vez en cuando lo sea (como en el caso de Almodóvar). De hecho, laĀ normalizaciónĀ implĆ­cita de estas conductas resulta incluso mĆ”s efectiva y peligrosa, ya que ni siquiera se nombran los hechos, pasando directamente al ensalzamiento de estos autores en contextos favorables (como si nada reprobable hubiera sucedido).

Un futbolista imputado por violencia machista no sólo no es apartado del equipo, sino que tiene un claro posicionamiento a favor en algunos sectores de la prensa.

Esta dinÔmica de corporativismo acrítico, como imaginaréis, no sucede únicamente entre los autores canónicos: pueden exportarse íntegramente a cualquier contexto patriarcal imaginable, con lo que su influencia nociva es exponencial. Por ejemplo, un caso idéntico a los que acabamos de ver estÔ ocurriendo ahora mismo en la liga de fútbol profesional (masculina) de nuestro país: un futbolista de primera división estÔ a la espera de juicio, tras haberle sido imputados varios delitos por violencia machista.  Y sin embargo, no sólo no ha sido apartado de su equipo, sino que tampoco han tenido consecuencia alguna los cÔnticos machistas con los que varios aficionados le apoyaron durante un partido, ni tampoco el claro posicionamiento a su favor de algunos sectores de la prensa. MÔs allÔ de analizar cuÔntas instituciones reales o simbólicas se alinean aquí del lado de los intereses masculinos (corporativismo acrítico, incluso pese a la imputación judicial), mÔs allÔ de denunciar obviedades como el claro sesgo patriarcal de todo esto, queda claro que la normalización explícita puede rebatirse con mayor facilidad, y que desde luego no reúne el consenso de tod@s. Pero, ¿qué ocurre con la normalización implícita? ¿Qué ocurre cuando durante la retransmisión de partidos de fútbol, o en programas especializados, se habla de este futbolista y se le elogia con total impunidad, sin mentar por activa ni por pasiva todo el proceso en el que estÔ involucrado? ¿Qué ocurre cuando en publicaciones o entrevistas se sigue citando a Bertolucci como uno de los grandes directores de cine de la Historia, sin detenerse en el abuso cometido contra Maria Schneider (porque, como decía Almodóvar, ¿a quién le interesa realmente?), o cuando se hace lo propio con Pablo Neruda?

Lo que ocurre es que la normalización de la violencia sexual y fĆ­sica contra las mujeres, aparte de ser una consecuencia en sĆ­ misma, conlleva otras consecuencias mĆ”s concretas como la naturalización (asumir que esta violencia es inevitable, al ser una parte ā€œnaturalā€ o ā€œbiológicaā€ de una presunta incontenibilidad sexual masculina) o la relativización (minimizar las consecuencias que padece la vĆ­ctima justificando al agresor, como ā€œera una pelĆ­cula, no la vida realā€, o ā€œes que eran otros tiemposā€, o ā€œĀæa quiĆ©n le interesa realmente?ā€) de la misma. Desde el feminismo, resulta imperativa la denuncia de estas realidades, asĆ­ como la emergencia de una revisión exhaustiva del canon: no sólo por la necesidad de incorporar autoras ninguneadas y silenciadas, sino por la de expulsar autores que hayan abusado explĆ­citamente de su poder.