Por: Paula MartĆnez ![]() El objetivo de esta reflexión es analizar, con cierta perspectiva histórica, la incorporación de la mujer al trabajo asalariado, asĆ como su continuidad en el trabajo domĆ©stico y en el āĆ”mbito privadoā al que pertenece la āfeminidadā, como dos mecanismos mediante los cuales las estructuras de poder del heteropatriarcado y el capitalismo interaccionan en esta sociedad de modo simbiótico. Han sido fundamentales las lecturas deĀ Silvia Federici, especialmente su libroĀ Revolución en punto cero: trabajo domĆ©stico, reproducción y luchas feministasĀ (2013),Ā y tambiĆ©n las lecturas de algunas estudiosas de la cuestión de gĆ©nero en la transición al capitalismo y en sus primeros aƱos de vida, tales comoĀ Joan ScottĀ oĀ Mary Nash,Ā personalidades importantes en lo que llamamos āhistoria de gĆ©neroā, que estĆ”n dando la vuelta a la Academia y a los estudios históricos tradicionales, masculinizados en cuanto a los estudiosos y a los objetos de estudio. No obstante, los estudios de gĆ©nero en el Ć”mbito de la ciencia histórica son todavĆa muy recientes y estĆ”n aĆŗn muy denostados en algunas instituciones acadĆ©micas, al no considerar el gĆ©nero una categorĆa de anĆ”lisis digna o susceptible de ser abordada cientĆficamente para hacer Historia.
Historiadoras de gĆ©nero comoĀ Sonya O. RoseĀ han incidido en la existencia y repetición a lo largo de la historia -con sus matices en cada momento histórico- de dos esferas separadas que determinarĆan las relaciones entre los sexos y los roles de gĆ©nero en la sociedad. Este esquema de las esferas separadas estĆ” basado en la concepción heteropatriarcal del gĆ©neroĀ binario, donde solo hay dos identidades vĆ”lidas de gĆ©nero y de sexualidad: la mujer heterosexual y el hombre heterosexual, unidos por el matrimonio. De este modo, hablamos, segĆŗn las relaciones jerĆ”rquicas de poder, de un espacio pĆŗblico, que integrarĆa todas las cuestiones sociales, polĆticas, económicas y culturales de una sociedad. Este espacio pertenece al hombre y a su inherente identidad de gĆ©nero, que se creĆa y defendĆa que por naturaleza poseĆa mĆ”s fuerza, templanza, raciocinio, moral y capacidad intelectual para tomar decisiones que concerniesen a todo un colectivo. Por otro lado, la mujer y la feminidad pertenecerĆan al Ć”mbito que llamamos privado o domĆ©stico (ellas pertenecen a este Ć”mbito y no al contrario): el cuidado de la casa, de las hijas e hijos, asĆ como de su esposo. Esto era asĆ por la creencia de que Dios habĆa creado a la mujer mĆ”s dĆ©bil, sensible, sentimental, e intelectual y moralmente inferior al hombre. De este modo y como decĆa Fray Luis de León en el Medievo oĀ Rousseau en la modernidadĀ con su famosa obraĀ Emilio y SofĆa,Ā la función de la mujer es la de parir, criar y hacer varones con los valores de un buen ciudadano y que estĆ© preparado para generar fuerza de trabajo, y por supuesto entender su subordinación al hombre.
A partir de la Revolución Industrial, con la cual surgió la clase obrera o proletariado como tal, asĆ como la clase burguesa, la ya existente figura de la mujer trabajadora se visibilizarĆ” al surgir, por un lado, trabajos adecuados para su ānaturaleza sumisa, repetitiva y no capacitada para el pensamiento propioā, y por otro, del surgimiento de un nuevo problema que suponĆa la tambiĆ©n ya existente, pero esta vez acentuada, dicotomĆa casa ā trabajo, al ādescuidarse la mujer āsupuestamente- de su verdadera función domĆ©stica para abandonar la casa y dedicarse a trabajos remunerados que son cosa de hombresā. Aunque las historiadoras de gĆ©nero como Joan Scott ya han dejado constancia de que en Ć©poca preindustrial la mujer ya se desplazaba en muchas ocasiones de su casa a un taller o a otro espacio de trabajo separado del hogar, los discursos subordinantes de la mujer surgidos con el nuevo orden capitalista pondrĆ”n esta cuestión sobre la mesa para justificar su pensamiento de las naturalizadas esferas separadas. Pero los empleadores o los empresarios, perpetuadores y beneficiarios directos del nuevo modelo económico, supieron aprovechar la cada vez mĆ”s masiva incorporación de la mujer al trabajo salarial, en su propio beneficio. Para ello se elaborarĆan teorĆas polĆticas y económicas respaldadas por la ciencia en muchos casos, que, como muy bien explica Joan Scott en su artĆculoĀ La mujer trabajadora en el siglo XIX,Ā introducen los conceptos de producción y reproducción y los adaptan a la situación de la mujer y las familias trabajadoras para justificar que la mujer, por naturaleza, es menos productiva que el hombre y por tanto debe percibir salarios menores que este. Es en este momento cuando de pronto las mujeres comienzan a realizar trabajos antes desempeƱados por varones, pero que ahora se considerarĆ”n femeninos de acuerdo a la naturaleza fĆsica y biológica de la mujer. Se tratarĆa, en la mayorĆa de los casos, de trabajos del sector servicios (maestras, sirvientas, telefonistas, dependientas en tiendas, etc.), que no tuvieran como resultado una verdadera producción como la tendrĆan los trabajos de las fĆ”bricas o de las minas, adecuados para la fuerza y la resistencia masculinas. AsĆ, a los empleadores les interesarĆa esta incorporación de la mujer al trabajo para, de forma justificada, reducir los costes de producción que suponĆa la mano de obra. Por otro lado, si entendemos el trabajo domĆ©stico/reproducción como la primera parte de la cadena productiva capitalista (pues en la casa -cocina, dormitorio, etc.- es donde se genera/mantiene esa fuerza de trabajo que luego en las fĆ”bricas y lugares de trabajo generarĆ” capital que alimentarĆ” el sistema y vuelta a empezar), podrĆamos decir entonces que el trabajo domĆ©stico serĆa un modo de generar beneficio de forma prĆ”cticamente gratuita, lo que tambiĆ©n podrĆamos denominar explotación, problema que solamente a partir de los aƱos setenta comenzó a cuestionarse, visibilizarse y combatirse, aunque sin resultados justos. Cabe, pues, reflexionar sobre la cuestión que Silvia Federici plantea en su libroĀ Reproducción en punto cero: Trabajo domĆ©stico, reproducción y luchas feministasĀ (2013) sobre la mujer que trabaja por una remuneración: Āæemancipada o nuevamente esclava?
Aunque en la actualidad las luchas feministas estĆ”n consiguiendo que se pongan en prĆ”ctica polĆticas que palien estaĀ brecha salarial, todavĆa existen empresas y empleos donde la mujer recibe remuneraciones menores que el varón (reminiscencia de lo anteriormente explicado), y cuando no, debe enfrentarse a situaciones en las que pierden sus empleos o directamente no los consiguen, por el simple hecho deĀ quedarse embarazadasĀ o de no cumplir un perfil fĆsico que pueda agradarĀ a los clientes o al resto de trabajadores hombresĀ de la empresa. Aparte de estos problemas que la mujer tiene afrontar en la vida del empleo remunerado, ella tiene que hacer frente al hecho de que ni siquiera en la actualidad se considere el trabajo domĆ©stico como un trabajo productivo (trabajo y empleo no son la misma cosa). AsĆ pues, no es descabellado ni desacertado (al contrario, es necesario) decir que las principales vĆctimas de esta explotación a lo largo de la historia son y han sido las mujeres, aunque en la actualidadĀ algunos hombres se dediquen al trabajo domĆ©stico, hecho que, aparentemente nos puede hacer pensar que este tradicional y patriarcal esquema de las esferas separadas se estĆ” diluyendo poco a poco, cuando en realidad solamente se ha flexibilizado y adaptado a las nuevas formas de entender la economĆa y la sociedad, ya que por lo general, las aportaciones del hombre al trabajo domĆ©stico se conciben como una ayuda complementaria a la mujer que, aparte de participar en el mercado de trabajo, trabaja en casa sin ser considerada lo mĆ”s mĆnimo. Este discurso es cuanto menos curioso, debido a que las luchas feministas siempre han consistido en la irrupción de la mujer en los espacios tradicionalmente masculinos, pero no en la irrupción del hombre en los espacios tradicionalmente femeninos. Como conclusión de esta breve pero densa reflexión, podrĆamos decir que el trabajo asalariado y domĆ©stico han sido y son uno de los muchos mecanismos que el heteropatriarcado y el capitalismo como estructuras de poder y de autoridad, y en una relación de simbiosis, aprovechan para perpetuarse, consolidarse y adaptarse a las caracterĆsticas sociales, económicas y polĆticas de cada momento histórico. AsĆ pues, se nos ha lanzado un concepto erróneo de la emancipación y se ha camuflado y disfrazado de forma tan minuciosa y perfecta, que no existe un anĆ”lisis profundo respecto a este tema, de forma generalizada entre las poblaciones. Dentro de los distintos senos feministasĀ del siglo XXI (y tambiĆ©n anarquistas) deberĆa repensarse la estrategia y la lucha e incluirse esta cuestión como un muro inexpugnable al que comenzar a golpear para encaminarnos hacia los modelos de sociedad que deseamos. |
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