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Por qué (tú) debes consumir cultura creada por mujeres

Por: Inma


Todo empezó cuando escuchĆ© a una amiga feminista decir que su poeta favorito era Pablo Neruda. Algo tan sencillo como esto. Le preguntamos tambiĆ©n acerca de otr@s autor@s que hubieran tenido algĆŗn peso, alguna influencia performativa en su sensibilidad, o en su estilo de vida, o en sus ideas polĆ­ticas. HabĆ­a estudiado filosofĆ­a, asĆ­ que mencionó a Wittgenstein y tambiĆ©n, de pasada, a Nietzsche. Nombró autores de distintas disciplinas intelectuales y no mencionó absolutamente a ninguna mujer. Aunque en algĆŗn momento salió Beauvoir en la conversación y al parecer sĆ­ sabĆ­a quiĆ©n era. Mi amiga me recordó aĀ Hannah Arendt, que escribió ā€œLa condición humanaā€ y ā€œde acuerdo con el Ć­ndice, una nota que aparece al pie de la pĆ”gina 73 es la Ćŗltima referencia a las mujeres que se hace en un volumen de 325 pĆ”ginasĀ escritas por una mujerā€.

El rol femenino patriarcal prescribe una serie de actividades muy limitadas.

Me quedé tan pasmada ante esta conjunción de feminismo declarado y absoluta carencia de influencia intelectual femenina, que no pude dejar de rumiarla. Es mÔs, decidí ir mÔs lejos y prescindir también del feminismo en la ecuación: me pasmaba el simple hecho de ser una mujer y no haber tenido la mÔs mínima inquietud por consumir cultura creada por otras mujeres. Que sí, que es un hecho irrefutable que nos lo ponen difícil. Pero, aún así, mi amiga no había tenido ni una vida ni unas inquietudes convencionales, así que era de extrañar que no hubiera encontrado (ni buscado) ninguna autora a la que admirar o con la que identificarse.

Pero no, pensÔndolo bien, no era tan extraño. De hecho, que no hubiera tenido unas inquietudes convencionales la justificaba en cierto sentido. Cuando no tienes unas inquietudes convencionales y eres una mujer, esto implica inevitablemente entrar en el mundo de los hombres. Por ejemplo, si eres una niña y te gusta el deporte, tienes que entrar inevitablemente en el mundo de los hombres; o si eres una niña y te gusta la ciencia, también. O si eres una niña y te gustan los videojuegos. O el ajedrez. O casi cualquier cosa que se os pase por la cabeza. Cuando eres una mujer, desde el principio tu rol femenino (patriarcal) te prescribe una serie de actividades muy limitadas, que casi siempre se alejan del esfuerzo físico o intelectual. De la diversión, a fin de cuentas. Si quieres acceder a estos Ômbitos tienes que transgredir esos límites e, inevitablemente, relacionarte con una mayoría masculina que sí estÔ legitimada para traspasarlos. En muchos casos, incluso siendo la única mujer del grupo. Una mÔs de los chicos. Marta Trivi lo describe de esta manera:

Ā (…). Varios chicos, sólo una chica entre ellos. Es ā€œla tĆ­a guayā€, la ā€œchica especialā€. Yo he estado ahĆ­. He sido la chica del grupo, una mujer Ćŗnica que se lleva bien con los tĆ­os porque estĆ” por encima de ā€œlos dramasā€ (…) a diferencia de las demĆ”s. No tenĆ­a amigas pero Āæpara quĆ© las necesitaba? me creĆ­a una mĆ”s en mi grupo. Porque no habĆ­a machismo. No entre mis colegas. Cuando estĆ”s en un grupo de hombres empiezas a aceptar su visión como propia. Al principio te obligas a reĆ­r cuando cuentan un chiste sexista o hablan mal de una mujer (no quieres ser una aguafiestas) pero terminas riĆ©ndote de verdad porque Ā”ja!, mujeres Āæno es cierto? Todos queremos encajar. Todos queremos tener amigos. Es mucho mejor sentir que perteneces al grupo opresor.

Rosa Chacel y Carmen Martín Gaite, dos de las mejores escritores (sin A) de la literatura española, debieron pensar lo mismo. Según Laura Freixas:

…las biografĆ­as de ambas escritoras estĆ”n presididas Ā«por un sentimiento de soledad provocado por ser las Ćŗnicas mujeres en un grupo de hombresĀ». (…) Otro paralelismo que estableció en la trayectoria de las dos escritoras reseƱa el periodo de Ā«semioscuridadĀ», posterior al Ć©xito de sus primeras novelas, que les conduce a elaborar un diario Ć­ntimo en el que reflexionan sobre la femineidad. TantoĀ La confesión, de Chacel, comoĀ Cuadernos de todoĀ , de MartĆ­n Gaite, derivan en el Ā«desprecioĀ» compartido hacia la condición de las Ā«mujercitasĀ» y un Ā«ansia desesperada por el reconocimiento del hombreĀ», seƱaló Freixas.Ā»Rosa Chacel hace una literatura muy pretenciosa, enmarcada en gĆ©neros considerados masculinosĀ» y Carmen MartĆ­n Gaite Ā«se refiere al sexo femenino en tercera persona, lanza continuas diatribas contra Ć©l y habla de su Ā“machismo espartano“» que redime a los hombres del Ā«poder castradorĀ» de las mujeres.

Pero, Āæpor quĆ© parece un caso reincidente, casi un estereotipo, este ā€œser una mujer en un grupo de hombresā€ y en Ć”mbitos tan dispares como los videojuegos o la literatura? ĀæPor quĆ© esa evidente hostilidad hacia lo femenino, esos ā€œchistes sexistas que hablan mal de las mujeresā€ o el ā€œdesprecio hacia las mujercitasā€?

Ser la única mujer en un grupo de hombres es una consecuencia directa de la separación de esferas pública y privada.

Ser la Ćŗnica mujer en un grupo de hombres es una consecuencia directa de la separación de esferas pĆŗblica y privada: una herencia nefasta de la que en pleno siglo XXI todavĆ­a seguimos recogiendo frutos podridos. Esta separación, en resumidas cuentas, circunscribe el Ć”mbito pĆŗblico (el trabajo profesionalizado, la producción de cultura, la polĆ­tica, etc…) a lo masculino y el Ć”mbito privado (el trabajo domĆ©stico y de cuidados, la maternidad, la crianza, etc…) a lo femenino. Aunque es cierto que desde hace unos (pocos) aƱos dicha división estĆ” empezando a difuminarse en lo que concierne a lo material, todavĆ­a nos quedan (muchos) aƱos de trabajo para solventar el legado simbólico de esa separación de esferas vigente durante siglos. El legado simbólico (que dicho asĆ­ suena muy mĆ­stico) no es otra cosa que la catalogación de juguetes en rosa (cocinitas, muƱecas, etc) y azul (coches, juguetes de acción, etc),Ā la separación de actividades en el colegio, o sin ir mĆ”s lejos algunas actitudes completamente naturalizadas de nuestro dĆ­a a dĆ­a (por ejemplo, lasĀ  que hacen que las mujeres sigan cargando con el mayor peso delĀ trabajo domĆ©sticoĀ y deĀ cuidados, indiferentemente de su situación laboral fuera de casa). Pero, ĀæquĆ© tiene esto que ver con que las hijas de la modernidad nos veamos a menudo siendo ā€œla Ćŗnica mujer en un grupo de hombresā€? Pues todo que ver: porque si el rol prescrito por tu gĆ©nero femenino te aparta radicalmente de la esfera pĆŗblica, significa que para acceder a ella vas a tener que transgredir los lĆ­mites materiales y/o simbólicos impuestos por la sociedad patriarcal. Esto, para una mujer del pasado, significaba desafiar las convenciones sociales, exponerse a la censura de su entorno y luchar muchas veces en absoluta soledad: un precio muy alto que implica una aparición con cuentagotas de mujeres en Ć”mbitos pĆŗblicos y que sin duda repercute en esta absoluta falta de referentes (de pioneras en las que inspirarse y seguir sus pasos) para las mujeres actuales (otra traba simbólica mĆ”s para nosotras, si no la mĆ”s importante).

¿Por qué no hay mÔs escritoras en mi libro de texto?

Pero hay algo en esta explicación de las condiciones materiales que no parece encajar. Un geniecillo neoliberal se revuelve en nuestro interior, lleno de decepción y de reproche. ĀæPor quĆ© no tenemos mĆ”s pioneras, por quĆ© las mujeres del pasado no lucharon o se arriesgaron mĆ”s, al margen de condiciones materiales (buuuu, excusas) y demĆ”s minucias? Al fin y al cabo, mĆ”s vale morir de pie que vivir de rodillas Āæno? Y es esto lo que hizo que una privilegiada millenial como yo, que por supuesto de haber vivido en el siglo XIX habrĆ­a sido una luchadora incansable (quĆ© fĆ”cil es opinar a dos siglos vista, Āæeh?), se levantara del sofĆ” y corriera a indagar en los cauces no canónicos, subculturales, casi residuales, de bibliotecas y catĆ”logos literarios, en busca de una explicación: y la cuestión es que allĆ­ estaba. Que bajo la vetusta losa de la generación del 98, ya que estamos con lo literario, habĆ­a figuras tan fascinantes y relevantes comoĀ Carmen de Burgos ā€œColombineā€Ā Ā o Concha Espina. Y para quĆ© hablar de la generación del 27, que bajo todos esos nombres archiconocidĆ­simos con la H en el DNI encontramos a otra generación del 27 de otro universo paralelo:Ā las sin sombrero, entre las que descubrimos a la propia Rosa Chacel. Tal vez sea esto lo Ćŗnico bueno que ha hecho el pensamiento liberal por nosotras: esta sensación ficticia de que somos libres en contra y a pesar de todo, y dado que eso es cierto (sic), Āæpor quĆ© no hay mĆ”s escritoras en mi puƱetero libro de texto?

Todo lo producido por mujeres va a ser considerado  de interés exclusivamente femenino, y de escaso valor artístico.

Es aquĆ­ donde emerge la segunda parte de nuestra explicación al estereotipo ā€œser una mujer en un grupo de hombresā€, con una pregunta fundamental: Āæpor quĆ© en los grupos de hombres existe esa evidente hostilidad hacia lo femenino, esos ā€œchistes sexistas que hablan mal de las mujeresā€ o ese ā€œdesprecio hacia las mujercitasā€? Porque el rol activo del gĆ©nero (el masculino) se construye por (encarecida) oposiciónĀ al otro, al pasivo, al subalterno, al femenino. Esto parte del origen mismo de la socialización masculina en una sociedad patriarcal: repito, la misoginia forma parte del modo mismo en que la sociedad educa a los hombres. AsĆ­ que no se entra en ese grupo privilegiado, que tiene fĆ”cil acceso a todo lo que a ti te han enseƱado a ā€œno hacerā€, sin pagar un peaje:Ā aceptar su visión como propia, reĆ­r cuando cuentan un chiste sexista o hablan mal de una mujer, despreciar a las mujercitas, lanzar diatribas contra el sexo femenino.Ā Esta misoginia, aplicada al Ć”mbito de la cultura, implica que todo lo producido por una mujer va a ser considerado (por los hombres, que como hemos visto copan parasitariamente la esfera pĆŗblica y por tanto tienen el poder simbólico y material de asignar significados) secundario, de interĆ©s exclusivamente femenino, y por supuesto de escaso valor artĆ­stico. ĀæPor quĆ©, si no, ā€œhacer una literatura pretenciosa, enmarcada en gĆ©neros considerados masculinosā€? ĀæPor quĆ©, si no, ese ā€œansia desesperada por el reconocimiento del hombreā€? Porque sin el reconocimiento del hombre, que tiene el poder de escoger y designar, no se ganan premios ni se accede a Instituciones ni Academias. ĀæSabĆ©is cuantos Premios Nacionales de Literatura se hanĀ concedido a una mujer? ĀæSabĆ©is cuĆ”ntas mujeres pertenecen a laĀ Real Academia de la Lengua? AsĆ­ que sĆ­, estas ā€œĆŗnicas mujeres en un grupo de hombresā€ se ven obligadas a comulgar con las ruedas de molino de la misoginia, el desprecio directo, las humillacionesĀ mĆ”s variopintas que podĆ”is imaginaros, y aĆŗn asĆ­ buscar la aprobación masculina porque esos hombres, en Ćŗltima instancia, tienenĀ el poder de borrarlas de la historia. Como de hecho sucede, generación tras generación, con los logros y creaciones de las mujeres escritoras, cientĆ­ficas, filósofas, y demĆ”s disciplinas de la esfera pĆŗblica. Lo que nos deja sin referentes y nos convierte en eternas pioneras. ĀæA que era todo un poco mĆ”s complejo de lo que parecĆ­a con la explicación de las condiciones materiales?

Exigir la consideración de estas figuras femeninas nos arma contra futuras o vigentes formas de violencia institucional.

Entonces, ¿por qué consumir cultura creada por mujeres? Podríamos plantear infinidad de razones, que sin duda repasaremos en artículos venideros, pero por una cuestión de espacio vamos a resaltar tres: en primer lugar, porque no hacerlo es bailarle el agua a la injusticia patriarcal que ha borrado miles de nombres de mujeres de la historia, nombres  que merecen ser restablecidos y reparados en su magnitud; en segundo lugar (y como consecuencia), porque exigir la consideración de estas figuras femeninas nos arma contra futuras o vigentes formas de violencia institucional perpetradas por el patriarcado (las mujeres no solo no aparecemos en los libros, sino que apenas estamos representadas en organismos institucionales y políticos); y en tercer lugar, porque recuperar esta extensa genealogía creativa de mujeres, relegada como secundaria y carente de valor por los hombres, hace que empecemos a considerar la experiencia de las mujeres como sujetos de la historia como algo significativo e imprescindible para completar nuestra concepción del mundo. Qué obviedad mÔs grande ¿eh? Y qué patético tener que estar aquí, en pleno siglo XXI, reivindicÔndola.

AdemÔs, este último punto es especialmente importante para las mujeres que, como mi amiga, solo consumen o han consumido cultura creada por hombres (cultura universal, la llaman). Porque no cuestionar la cultura que nos ha expulsado de la historia nos deja sin genealogía, sin sentimiento de cohesión (sororidad), es decir, sin una conciencia real de lo que significa ser mujer en esta sociedad. Nos lleva a afirmar, sin un leve titubeo, que un confeso abusador de mujeres como Pablo Neruda es nuestro poeta favorito. Pero esto no es inocuo, y yo solo lo he comprendido (como le sucedió a Sally Linton) después de que he llegado a ser políticamente consciente de mi misma como mujer.